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Desde el mar

En la película “El club de los poetas muertos” hay un momento en el que el profesor Keating (Robin Williams) en plena clase se sube a una mesa e invita a sus alumnos a que hagan lo mismo,  “el mundo se ve distinto desde aquí arriba –les dice-, si no me creen vengan a comprobarlo. Cuando ustedes crean que saben algo deben mirarlo de un modo distinto, aunque pueda parecer tonto o equivocado”.

Hace unos días, en Menorca, sentado en la playa y mirando los barcos que estaban fondeados frente a mí, asomó en mi memoria la citada escena y estuve pensando durante un rato sobre la tendencia que tenemos a ver las cosas fijando los pies en el suelo, observando la realidad desde la perspectiva que ofrece la seguridad que se tiene al estar en tierra firme.  ¿Pero cómo se verá todo desde el equilibrio inestable del mar? –me pregunté-

Quizás una de las principales habilidades que puede tener una persona a la hora de analizar y afrontar un problema es poder permitirse subirse a su propio barco, soltar amarras, distanciarse un poco de lo conocido, de lo de siempre y mecido por la incertidumbre del oleaje analizarlo todo desde otra perspectiva, la que permite ver los acantilados, las grutas excavadas entre las rocas, la que te pone frente a los demás.

Desde el rol de formador y coach resulta todo un reto ayudar a otras personas a reflexionar y pensar desde posiciones distintas a las de costumbre. A veces la mera invitación a sentarse en un lugar distinto al habitual o a cambiar algún elemento de la habitación, supone lanzar un cable para poder ver las cosas…. desde el mar.

Arturo Palacios Araus
Cocah personal y de equipos de trabajo. Formador en Relaciones Humanas de profesionales que trabajan en el ámbito público y privado.

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Amor y miedo

Atiborrados de comedias románticas al estilo Hollywood, siempre con final feliz, y novelas de Danielle Steel, no hay nadie hoy en día que mantenga la cabeza fría en lo que al amor se refiere.

Nos hemos convertido y consagrado a una religión basada en la creencia de la existencia de la pareja perfecta, el alma gemela, la media naranja. Nos sumergimos en la búsqueda de ése ser con la convicción de que nuestra vida no estará completa hasta que no lo encontremos.

Este culto requiere, más que ningún otro, algo de fe. Fe en cantidades industriales, en realidad, fe para creer en que ése ser que hemos creado en nuestras mentes, existe. Fe para creer que lo encontraremos y que cuando lo hagamos todo será tal y como hemos imaginado. Perfecto.

Pero nadie habla del miedo que uno siente al enamorarse.

Y es que no hay “monstruo bajo la cama” más aterrador que el amor.

Enamorarse consiste en depositar toda esa fe en otra persona, apostarlo todo y esperar sin saber si se plantará, subirá la apuesta o se estará tirando un farol. Y ahí es donde aparecen el miedo, las dudas, las preguntas, las noches sin dormir a la espera de una señal, de la confirmación de que el sentimiento es mutuo…o no.
Y seamos francos, dada la irracionalidad y la imprevisibilidad que reina entre la raza humana no hay nadie hoy en día que pueda hacer apuestas de tal magnitud con la seguridad de que ganará la partida.

Me pregunto si el miedo es una forma de proteger nuestros activos, nuestro capital más valioso, el corazón.
O quizás si aparece de la imposibilidad de expresar nuestros sentimientos y nuestras emociones ante la otra persona por temor al rechazo. O si es una forma de amar en si misma.

¿Es bueno que esté ahí? En cierto modo también entorpece nuestro camino impidiendo que disfrutemos al máximo del resto de sensaciones que el amor lleva consigo.
¿Nos hace mejores o peores ese sentimiento? ¿Más débiles quizás? ¿Desaparece en algún momento?

Al final, como sucede con  cualquier otra religión, lo más probable es que te encuentres planteándole todas estas cuestiones a un “algo” en lo que crees pero que no puedes ver, ni tocar, ni sentir pero que está en todas partes y que todo lo puede…o al menos, eso dicen.

Arantxa
Colaboradora de Rivendel Grupos y Organizaciones

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